Testimonio de sobreviviente de Sarah
“No dejen que el temor, la pena ni la vergüenza impidan que encuentren la ayuda que necesitan. ¡No están solas!”
—Sarah N., Sobreviviente de cáncer de vagina
Edad al momento del diagnóstico: 38
Soy una atareada esposa, madre de tres hijos y profesora de universidad. Cuando no estoy llevando a mis hijos a fútbol y gimnasia, por lo general me pueden encontrar acurrucada leyendo un libro, de excursión por el bosque con mis labradores o yendo en kayak por los ríos y lagos de Carolina del Norte. Crecí en una familia de la Fuerza Aérea, por lo que las mudanzas frecuentes me volvieron amante de los viajes. Trato de viajar y explorar hasta donde puedo darme el lujo de hacerlo.
Cuando tenía 38 años, comencé a notar que sangraba después del coito. Eso no era normal para mí y debido a una histerectomía previa, había dejado de menstruar. Al comienzo, solo era una pequeña cantidad de sangre, pero se hizo más notoria después de unas semanas. Con el tiempo, estaba sangrando bastante durante el día y necesitaba toallas sanitarias.
Además del sangrado inusual, no experimenté otros síntomas, no tuve dolor y, excepto por eso, estaba completamente sana. Sin embargo, el sangrado estaba empeorando y era tan fuera de lo normal que me aterrorizaba. Sabía que algo estaba mal y traté de ir al doctor tan pronto como fue posible.
Primero fui a ver a mi médica de familia. Ella no notó nada durante el examen además del sangrado, pero me hizo una prueba de Papanicoláu y una prueba del virus del papiloma humano (VPH). Varios días después llegaron los resultados que mostraban cambios anormales en las células y dieron positivo para el VPH. Varios años antes, me habían diagnosticado displasia de cuello uterino. (Nota del editor: tener células que son anormales) y el VPH. (Nota del editor: El virus del papiloma humano es la principal causa del cáncer de cuello uterino. El VPH es un virus común que se transmite de persona a persona durante las relaciones sexuales. Por lo menos la mitad de las personas sexualmente activas contraerán el VPH en algún momento de su vida, pero pocas mujeres tendrán cáncer de cuello uterino.
Hice una cita con una oncóloga ginecológica para que me hiciera un examen y una colposcopia. Desafortunadamente, tuve que esperar varias semanas para encontrar espacio en su agenda. Cuando la doctora comenzó a examinarme noté que le estaba tomando más tiempo de lo usual. Me dijo: “Bueno, me alegra que haya venido hoy. Tiene una masa de un tamaño aproximado al de un huevo y eso es lo que está causando su sangrado”. Decir que eso me dejó en shock es decir poco. Por mi experiencia previa, pensé que solo tenía más displasia o un quiste. Nunca pensé que tendría un tumor y mucho menos uno tan grande.
Me programaron una biopsia para poder recolectar células y hacerles pruebas. Mientras esperaba por los resultados de la biopsia, vivía en el limbo. Supe que algo estaba mal, pero no tenía una respuesta clara sobre lo que era. Para mis adentros, me preocupaba que pudiera ser cáncer. O sea que cuando mi doctora me llamó para decirme que efectivamente era cáncer, sentí una mezcla de alivio por tener una respuesta, terror ante mi diagnóstico y resolución de que ahora tenía algo en qué trabajar y seguir adelante. Nunca olvidaré esa Ilamada telefónica por el resto de mi vida.
Siguieron más pruebas. El cáncer estaba localizado, pero acababa de comenzar a afectar mis ganglios linfáticos. Afortunadamente, no había afectado otros órganos pélvicos. El diagnóstico final fue cáncer de vagina en estadio 2B. Comencé el tratamiento, el cual incluyó 25 sesiones de radioterapia externa, seis infusiones de quimioterapia semanales y braquiterapia intersticial que requirió una estadía de seis días en el hospital. (Nota del editor: Durante la braquiterapia intersticial, los dispositivos que contienen material radiactivo se insertan directamente en el tejido del cuerpo). Mi tumor era demasiado grande para extirparlo quirúrgicamente sin dañar otros órganos pélvicos, por lo que el objetivo del tratamiento fue reducirlo y matar las células que lo rodeaban para prevenir mayor crecimiento.
El tratamiento fue intenso y vino con graves efectos secundarios. Perdí el apetito, tuve síntomas gastrointestinales terribles y estaba exhausta. Tuve una anemia grave. En el curso de dos meses, perdí 20 libras y toda mi fortaleza. Estoy tan agradecida con mi esposo y mi mamá por continuar con lo que dejé y manejar la casa para que yo pudiera concentrarme en mejorar. No puedo imaginar pasar por lo que me tocó sin su apoyo.
Mi último escáner fue tres meses después de que terminó el tratamiento y los resultados no mostraron evidencia de la enfermedad. Esas fueron algunas de las palabras más dulces que alguna vez haya escuchado y un hermoso momento para compartir con mi esposo. Ahora voy cada pocos meses a hacerme chequeos y continuaré con el seguimiento de cerca por varios años.
Aunque tengo temor de recurrencia y siento ansiedad hasta que voy a los chequeos, en su mayoría estoy sana y activa otra vez, y muy agradecida por eso. El cáncer tiene una manera de ayudarte a que te enfoques en tus prioridades. Tiendo a enfocarme más en el tiempo con la familia y los amigos, en divertirme y gozar, y en tener tantas aventuras como sea posible.
También siento la fuerte responsabilidad de ayudar a abogar por los demás y a educarlos. Mi enfermedad fue causada por un virus, el VPH, cuya infección es prevenible. La vacuna contra el VPH no estuvo disponible para mí, pero ahora está disponible para los hombres y mujeres de 9 a 26 años. Tenemos el poder para erradicar los cánceres asociados al VPH en una sola generación con la tecnología actual. Mi misión es ayudar a correr la voz de manera que otras personas puedan tomar decisiones saludables. Hablar acerca de mi enfermedad y el VPH puede ser complicado e incómodo, pero si ayuda a los demás, pienso que es un éxito.
Mi mensaje para otras mujeres es este: pregúntenle a su médico acerca de las pruebas de Papanicoláu y del VPH. Las pruebas de detección son importantes para identificar cualquier problema temprano, cuando son más tratables. No dejen que el temor, la pena ni la vergüenza impidan que encuentren la ayuda que necesitan. ¡No están solas!
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